Huellas N° 13
Autor
Universidad del Norte
Resumen
Cuando se ven en los periódicos fotos de vitrinas rotas, de carros incendiados y del humo que sale por las ventanas, la gente sabe que se trata de desórdenes estudiantiles. No debería ser así, pero nos hemos acostumbrado a esa imagen de la protesta universitaria que se desata por las calles tal como ha sucedido tantas veces en las principales ciudades del país.
Es difícil, en esas circunstancias, entender que la Universidad esté llevando a cabo una de sus tareas más importantes que es la práctica científica del desarrollo. Es decir, que esté cumpliendo uno de sus más altos objetivos que es el de ayudar a elaborar los grandes esquemas del desarrollo y preparar los técnicos para llevarlo a cabo.
Por el contrario, se crea entre los ciudadanos el desconcierto, si no el escepticismo, ante las nobles metas que tienen trazadas las instituciones superiores de la educación. Se ratifica, de esa manera, la opinión, ya aceptada, de que la universidad oficial sufre de permanente inestabilidad, lo cual no le hace ningún bien a los colombianos que carecen de medios para pagarse los estudios superiores en las universidades privadas.
Estas últimas, cuando son buenas y calificadas, están prestando un servicio inestimable a la formación profesional, con unos costos muy elevados, y sin la ayuda suficiente del Estado.
Para no citar cifras interminables sobre porcentajes de colombianos que no acceden a la universidad, ni siquiera al bachillerato, basta con recordar que el 90% de los delincuentes procesados en Colombia son analfabetos y, si tienen alguna educación, no han pasado de la primaria.
La relación entre el grado de subdesarrollo y el índice de delincuencia tiene muchas explicaciones en la falta de educación primaria y secundaria de que sufren los delincuentes urbanos que son los que se dedican a violar la propiedad. Traemos a cuento esos datos porque gran parte de los desórdenes callejeros atribuidos a estudiantes no merecerían esa atribución sencillamente porque el estudiante tiene lo que al delincuente le falta. En ese sentido se han expresado las directivas universitarias que sindican a agitadores externos a la Universidad como causantes de los desórdenes.
No obstante, el descargo de responsabilidades no exime a la Universidad de reflexionar sobre los hechos.
Con el desarrollo creciente de las sociedades ha venido también un concepto renovado de lo que debe ser la misión de las universidades. En países en vías de desarrollo, como el nuestro, la universidad entendida también como una empresa (en el pleno sentido de esa palabra), y no solamente como un laboratorio de ideas, sería la redención de nuestro orden social. En “Memorias de esperanza”, el general De Gaulle decía que una comunidad desarrollada es la que puede aportar soluciones a sus propios problemas, a los de sus miembros en lo que se refiere a necesidades básicas como son el vestuario, la vivienda, la educación, la salud y la seguridad social, la que se mantiene en un nivel de investigación que le permite contribuir a los descubrimientos para el desarrollo y la que logra suficiente autonomía para desplegar su acción. Esos factores son perfectamente aplicables a la universidad porque la universidad es también una comunidad para el desarrollo.
Seguramente que el estudiante recién salido del bachillerato no lo puede entender lo mismo que el egresado de una carrera profesional, pero se trata precisamente de que la universidad se lo haga entender desde los primeros semestres básicos. Desafortunadamente las cosas no son así y se piensa menos en el desarrollo del país que en la politización dañina de la universidad. Muy a pesar, por cierto, del esfuerzo admirable de los directivos universitarios que trabajan por una universidad colombiana más madura y responsable ante la sociedad.
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- Revista Huellas [84]